Cuando estoy cansada bebo. Bebo café, té, licores, cerveza, vino... cualquier cosa menos agua, que la reservo para las comidas aburridas y para calmar la sed tras hacer deporte. Beber me mantiene despierta y activa, así que necesito hacerlo constantemente. El problema es que ninguna bebida me satisface completamente: las infusiones me encantan pero tienen el inconveniente de que luego no paro de ir al baño; las cervezas tienen gas; los licores engordan demasiado... Si por mí fuera bebería vino todo el santísimo día pero creo que mi colon jamás me lo perdonaría y aquí el jefe es él. Ni siquiera los vinos ecólogicos que produce mi amigo Bollmann me sientan bien y se ríe cuando le digo que me dan todavía más sed, pero no es broma. Sus vinos son deliciosos pero me dan la misma sed que una bolsa de pipas de esas que llevan sal marina, esas que te dejan los labios de La Veneno. El caso es que, incomprensiblemente, esa sed solo la experimento yo y eso ¡nos preocupa a los dos! Por consiguiente, cedo mi cuerpo a la ciencia para que estudie los efectos de los líquidos en mi organismo, con el único requisito de que me mantenga con vida para poder seguir testeando.
Cuando estoy muy cansada me cuesta dormir. Llego a casa, me pongo el pijama echando leches y me voy al baño dejando el cajón abierto y la ropa tirada por todas partes. Me lavo los dientes como si el cepillo quemara y me miro con pena al espejo a modo de disculpa conmigo misma por saltarme mis limpiezas y potingues nocturnos. Pero no puedo, me digo a mí misma: hoy no. Y saco las últimas fuerzas que me quedan para lanzarme a la cama con la mayor de las sonrisas y los ojos medio cerrados cual personaje de anime. No sé por qué de anime pero sí. Entonces apago la luz, me termino de acomodar sin perder la sonrisa y emitiendo pequeños ruiditos de placer, hasta que me doy cuenta de que no tengo ni idea de dónde he dejado mi móvil. No me lo puedo creer. Estoy entre la taquicardia, el llanto y la carcajada. La sensación es comparable a cuando fumaba y me quedaba sin tabaco. Son situaciones que te ponen a prueba y en las que siempre salgo perdiendo. Enciendo la luz, me pongo a buscar el móvil por toda la casa. No está. Me lo he debido dejar en el coche - pienso más cerca ya de la taquicardia. Bajo en pijama al garaje. Hace un frío que me vale un resfriado fijo! Eso por no hablar del miedo a que salga el violador de los garajes... ese que solo las mujeres tenemos siempre en mente... Ahí está, triste y frío, el móvil ¡no el violador! Me lo subo y lo pongo a cargar a mi ladito. Y ya de paso, me meto un rato en Instagram a ver... Estoy taaaaaaan agustito, calentita, descansando mi cuerpo agotado y sediento en mi camita maravillosa, que empieza una lucha entre el duérmete ya y el espera un poco más. Y así es como me dan las mil, las dos mil y las `mecagoentodo´ que mañana voy a estar reventá!
Cuando estoy reventada estoy triste, incluso diría que estoy más cerca de la depresión que de la simple tristeza. Empiezo a preguntarme los porqués y a cuestionar los porqué nos. Me debato entre la vida y la muerte mental y me cae mal todo el mundo. TODO EL MUNDO. No quiero hablar, ni entrar en Insta ni beber. No quiero nada pero me siento sola y vacía. Deprimida. Al borde de la extinción.... y es horrible. Lo único que necesito, mi única cura es descansar durmiendo.
Las tortugas probablemente no puedan deprimirse, sin embargo muchas de sus especies ya están en peligro de extinción real y eso no se soluciona ni con bebidas, ni con un cargador enchufado a la corriente. El mundo tal y como lo conocemos está al borde de la extinción y para ambos casos solo nosotros podemos hacer algo para evitarlo. Quizá no sea demasiado tarde todavía. Es hora de apagar, de descansar y dejar descansar. Desconectemos los móviles para dar un respiro a la naturaleza. Desconectemos los enchufes y hagámonos un favor.
Cuando estoy muy cansada me cuesta dormir. Llego a casa, me pongo el pijama echando leches y me voy al baño dejando el cajón abierto y la ropa tirada por todas partes. Me lavo los dientes como si el cepillo quemara y me miro con pena al espejo a modo de disculpa conmigo misma por saltarme mis limpiezas y potingues nocturnos. Pero no puedo, me digo a mí misma: hoy no. Y saco las últimas fuerzas que me quedan para lanzarme a la cama con la mayor de las sonrisas y los ojos medio cerrados cual personaje de anime. No sé por qué de anime pero sí. Entonces apago la luz, me termino de acomodar sin perder la sonrisa y emitiendo pequeños ruiditos de placer, hasta que me doy cuenta de que no tengo ni idea de dónde he dejado mi móvil. No me lo puedo creer. Estoy entre la taquicardia, el llanto y la carcajada. La sensación es comparable a cuando fumaba y me quedaba sin tabaco. Son situaciones que te ponen a prueba y en las que siempre salgo perdiendo. Enciendo la luz, me pongo a buscar el móvil por toda la casa. No está. Me lo he debido dejar en el coche - pienso más cerca ya de la taquicardia. Bajo en pijama al garaje. Hace un frío que me vale un resfriado fijo! Eso por no hablar del miedo a que salga el violador de los garajes... ese que solo las mujeres tenemos siempre en mente... Ahí está, triste y frío, el móvil ¡no el violador! Me lo subo y lo pongo a cargar a mi ladito. Y ya de paso, me meto un rato en Instagram a ver... Estoy taaaaaaan agustito, calentita, descansando mi cuerpo agotado y sediento en mi camita maravillosa, que empieza una lucha entre el duérmete ya y el espera un poco más. Y así es como me dan las mil, las dos mil y las `mecagoentodo´ que mañana voy a estar reventá!
Cuando estoy reventada estoy triste, incluso diría que estoy más cerca de la depresión que de la simple tristeza. Empiezo a preguntarme los porqués y a cuestionar los porqué nos. Me debato entre la vida y la muerte mental y me cae mal todo el mundo. TODO EL MUNDO. No quiero hablar, ni entrar en Insta ni beber. No quiero nada pero me siento sola y vacía. Deprimida. Al borde de la extinción.... y es horrible. Lo único que necesito, mi única cura es descansar durmiendo.
Las tortugas probablemente no puedan deprimirse, sin embargo muchas de sus especies ya están en peligro de extinción real y eso no se soluciona ni con bebidas, ni con un cargador enchufado a la corriente. El mundo tal y como lo conocemos está al borde de la extinción y para ambos casos solo nosotros podemos hacer algo para evitarlo. Quizá no sea demasiado tarde todavía. Es hora de apagar, de descansar y dejar descansar. Desconectemos los móviles para dar un respiro a la naturaleza. Desconectemos los enchufes y hagámonos un favor.
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